12 mar 2013

Yo freelanceo (Publicado en revista Climax)

Levantarse a las 5:30 de la mañana y hacer 4 horas de cola diarias por menos de 300 dólares mensuales, es el primer incentivo de todo venezolano para querer renunciar. Tener una profesión en otro país implica como mínimo poder pagarse una renta, hacer mercado, disfrutar de un buen fin de semana y ahorrar en el banco. Un profesional es tratado como tal, con respeto y apreciación por el valor agregado que puede aportar. Aquí no nos alcanza ni para comprar una puerta. No pensamos en ahorrar para el apartamento a futuro, sino para poder comprar el cupón del mes que nos gustó. Compramos un cuadro o una nevera para nuestro cuarto en casa de nuestros padres, pues de ahí no nos vemos yéndonos en un buen tiempo. Tener un trabajo de 8 horas diarias en Venezuela implica cumplir horario, tener jefe, entregar a tiempo lo que se nos asigna, reunirnos, quedarnos hasta tarde cuando hace falta, madrugar aún más temprano en días especiales, ir bien vestidos, aguantar las temperaturas polares de aire acondicionado y llevarnos el almuerzo en la lonchera si queremos que la quincena no se nos vaya en comida. Sin duda tenemos acceso a beneficios adicionales, unos mejores que otros, pero asumiendo que nuestro empleador cumpla las leyes, pues contamos al menos con un seguro médico; uno que otro con suerte hasta con una caja de ahorro. El problema es lo que se gana, cosa que no es culpa exclusiva del empleador sino del país. Quien trabaja en oficina puede agradecer la seguridad del cheque cada quince días, pero jamás dirá que se siente bien remunerado pues el verdadero valor de su trabajo no es compensado. Por eso, yo freelanceo. Me arriesgo a ni siquiera tener para el cupón después de una mala quincena, pero soy dueña de mi tiempo. Decido quedarme en mi casa en las horas pico, como si de un búnker se tratase. Renuncio al carnet guindado al cuello, el escritorio y a la máquina de café en las mañanas. Me olvido de las evaluaciones de desempeño, ni soy parte de la fiesta de Navidad. No me congelo con el aire, ni comparo mi salario con el del amigo que estudió en la misma universidad que yo y sí logro irse al exterior. Trabajar por nuestra cuenta es un riesgo, algunas veces requiere de un capital inicial, otras simplemente de visión de negocio y ganas de intentarlo, en todos los casos de disposición de salir de una zona de aparente confort. Mientras este país no me ofrezca remuneración por el valor de mi trabajo, renuncio a entaconarme y maquillarme en las mañanas, poner la foto de la compañía en Facebook y hablar con aires de grandeza de lo atareada que estoy en las reuniones sociales intentando olvidar el último monto del cheque después de la devaluación. Artículo Revista Climax: http://revista-climax.com/index.php/2013/02/26/yo-freelanceo/

1 comentario:

Pedro Mancera dijo...

Totalmente identificado con lo que dices mate. Para un profesional recién gradado las condiciones son ligeramente mejores. Aunque más allá del bajo salario de los recién graduados lo que no se puede negar es es que siempre es un aprendizaje trabajar. Bueno espero que sigas actualizando el blog y felicitaciones por la publicación en la revista.

Un beso

Pedro

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