2 feb 2010

Avioncitos de papel


De pequeño quería ser piloto. Construía y volaba avionsitos de papel por horas y horas mientras le colocaba sus respectivos nombres e imaginaba sus próximos destinos. Fue el primero en aprender a leer de su clase. Todos lo felicitaron. Muy aplicado comenzó a ser el orgullo familiar. “Un gran destino le depara”, decían.

Cuando llegó a bachillerato se dio cuenta que le apasionaban las letras. Leía mucho más que sus amigos, incluso a veces en los recreos. Cada página leída lo adentraba en un mundo que, a pesar de no pertenecerle, despertaba en él los más vívidos sentimientos que a veces en su mundo real era tan difíciles de alcanzar. Cuando leía se sentía libre, tal y como esos aviones que volaba.

Ya por graduarse con las notas más altas y los más distinguidos reconocimientos académicos descubrió otra pasión: escribir. Encontró la magia de plasmar ideas en un papel. Poco a poco fue escribiendo historias que guardaba bajo llave en su mesa de noche. Se dio cuenta de que quería ser escritor.

Comenzó así a soñar todas las noches con escribir en la playa, al lado de esa esposa que, a pesar de aún no conocer , podía dibujar claramente en su mente. Soñaba con un centenar de obras publicadas, otras premidadas y unas últimas reconocidas mundialmente.

Pero cuando despertaba recordaba su legado familiar. Así pues se disponía a sacudirse de sus infantiles sueños y a trabajar duro como un hombre para entrar en la mejor Universidad de Leyes. Y así lo hizo. Más pronto de lo que se imaginó sus novelas pendientes por leer fueron sustituidas por leyes. Sus sueños se nublaron y su imaginación, aburrida y solitaria, se acostó a dormir.

Así obtuvo su título y en pocos años lideró el bufete mejor pagado del país. De punta en blanco, saco y corbata bien ajustada trabajo largas horas para sí y para quien pronto se convirtió en su nueva familia. Vivió una vida de lujos, mucho whisky y varios amargos encuentros con sus sueños incompletos. Evitó en lo posible los viajes de playa. Nunca más leyó una novela. No enseñó a sus hijos a hacer avionsitos de papel.

3 comentarios:

Fabiana D'Alba dijo...

En pocas palabras: no estudies derecho?

María Teresa Toro dijo...

Jajajaja digamos que ayer llegué de visitar un Bufete y those were my conclusionns

Anónimo dijo...

Yo estudié algo que no me gusta y me bastó poco tiempo para decidir no ejercer, me dedico a otra cosa que tampoco me encanta pero que tampoco me hace profundamente infeliz (como me hacía aquel trabajo).

La mayoría de los que estudiaron conmigo salieron derechito a trabajar en el banco más importante del Oriente (que por cierto, fue intervenido hace poco), ésa era su meta desde que estaban estudiando. Y yo siempre tuve y tengo claro que si por necesidad vuelvo a ejercer esa carrera, lo único que no estoy dispuesta a hacer es meterme en un banco! NO! Qué cosa tan horrible!!!

Incluso recuerdo siempre una canción de La Oreja De Van Gogh que se llama "Deseos de cosas imposibles", que dice justamente "Igual que el poeta que decide trabajar en un banco...", refiriéndose a una manera de cometer una total locura, un acto de masoquismo o algo así...


Con todo esto, lo que quiero decir es que para mí no valen tanto los antecedentes familiares ni las potenciales remuneraciones que se puedan obtener, si en el camino hay que tragarse años y años de infelicidad!

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