7 ene 2013

Cuentos de sala de espera antes de mis 25 #3: Derribando el cliché del hijo único

Son muy escasas las familias que deciden tener un solo hijo de forma voluntaria. En la concepción de familia siempre existe la figura de los hermanos para pelearse por el control remoto de la televisión. Un hermano es el aliado ideal para conspirar contra el mundo, la víctima perfecta para probar si es seguro lanzar a alguien por la escalera sobre un pedazo de cartón, la persona indicada para robarle la merienda y sobornar para que nos ayude con la tarea a cambio de mantener un secreto. Si este elemento falta hay algo que parece estar incompleto en la ecuación. Las razones para tener un solo hijo son diversas, y pueden ir desde planificación familiar hasta problemas económicos o de concepción.
Los hijos únicos han sido objeto de diversos estudios psicológicos y son muchas las conclusiones a las que se han llegado, aunque todas parecen apuntar a una misma dirección: son víctimas de excesiva sobreprotección, presentan problemas de socialización, apego excesivo a los padres, maduración tardía, entre muchos otros. La intención de esta refelxión no es disuadir a ninguna familia de tener un solo hijo. Como todo en la vida, esto también tiene aspectos positivos y negativos más allá de los clichés, y como buena hija única puedo hablarles exhaustivamente de ambos. La intención es contar una historia, una historia que puede ser aplicada a todo único hijo en la familia y se pueda quizás ayudar a entender la dinámica. Sí, somos especiales, sí, queremos que nuestras historias sean contadas. La típica boleta de pre-escolar de un hijo único hace alusión al amplio vocabulario que maneja y a las sorprendentes habilidades intelectuales que posee, pero muestra preocupación por su incapacidad de compartir un juguete, de la interacción que se espera en la hora de recreo. Esto se debe a la cantidad de tiempo que pasamos con nuestros padres, con adultos en general, y al trato que recibimos como consecuencia de ello. Esto por supuesto amplía nuestras posibilidades de desarrollar un rico vocabulario a muy temprana edad, y por lo general, al recibir toda la atención para nosotros, desarrollamos capacidades cognitivas que resaltan en un salón de clases. Solemos ser los primeros en aprender a leer pero los últimos en aprender a amarrarnos los zapatos solos.
Un hijo único sabe pasar tiempo solo. Es así como desarrolla interés por la lectura o alguna otra actividad que no requiera participación de otro ser humano. Un hijo único no siempre sabe qué hacer cuando le regalan un juego de mesa en Navidad, ve el regalo con cierta cautela y procede a retomar su libro preguntándose en qué demonios pensaba la Tía Luisa al regalarle algo con lo cual no se pudiera entretener solo. Crecemos a un ritmo distinto, en unos casos nos sentimos muchos mayores, con la capacidad de comprender y plantearnos situaciones que se escapan de las preocupaciones de nuestros amigos. En otros, nos quieren cuidar tanto que nos hacen parecer más pequeños que nuestros compañeros y en la medida en que eso se haga evidente invariablemente nos va a afectar. Es una dualidad con la que tenemos que vivir en toda nuestra fase de desarrollo, y que quizás puede acompañarnos por el resto de la vida. La relación con nuestros padres es distinta. Intentamos desde pequeños conseguir en ellos la camaradería que observamos entre hermanos, lo cual se dificulta siempre que exista una relación de subordinación y el deber de educar de por medio. Darnos cuenta que ese es un roll que ellos no pueden ejercer es un momento difícil para todo hijo único. Una vez que lo comprendemos podemos volvernos muy cercanos a nuestros padres, esto sin duda, no tiene precio. Crecemos buenos y sanos, no hay ningun trauma de por medio, no hay que comprar un libro de Paulo Coelho ni un “Hijo único for Dummies” que tenga la respuesta a este problema. Somos un tanto distintos y por eso necesitamos paciencia. Inevitablemente seremos más malcriados de pequeños, pero con una buena educación, esfuerzo y paciencia por parte de nuestros padres y nuestros seres queridos podemos ser excelentes niños, adolescentes y adultos.
Los amigos son para nosotros una pieza clave en nuestras vidas. Queremos que ellos llenen el vacío de una relación entre hermanos. En la medida en que vamos creciendo le damos un peso inigualable a la amistad, la cultivamos, la cuidamos. Quien tenga una amistad con un hijo único puede asegurar que ha conseguido un verdadero tesoro. Queremos a nuestros mejores amigos en nuestras vidas, que formen parte de las trivialidades del día a día y nos ayuden en las situaciones más dificiles. No queremos sentirnos solos. Así somos, así funcionamos. Nos la hemos ingeniado para igual pelear por el control remoto, para jugar, compartir, reir confiar, y para saber por sobre todas las cosas que en los momentos difíciles tenemos no uno, sino unos cuantos hermanos que estarán ahí para tendernos una mano.

No hay comentarios:

.