29 dic 2012

Comenzó lleno de expectativas distintas, por la terca decisión de la renuncia al derecho a sentir. La ingenua solución de dar inicio a un año poniéndole sin el menor cuidado una curita de caritas felices a una herida abierta, solo a cuenta de que es primero de enero. El conformismo, la negación de lo que se es. Transcurrió en medio de una degustación de realidad envuelta en una rutina que jamás fue imaginada tan carente en sí misma. Atardeceres tristes y de añoranza que solo se plasmaban estáticos y muertos en el lente de una cámara. Pocos libros se abrieron sin interés, se intentó escribir para olvidar y lo que se terminó olvidando fue cómo escribir.
Una suerte de dopamina se mostró como solución reduccionista pero necesaria como el aire, que tras las primeras pruebas terminó únicamente por incorporarse a la dosis de rutina, como un simple agregado de ese trabajar día a día lo mejor que se pueda con lo que se tiene. La filosofía de que lo palpable debe prevalecer sobre lo incorpóreo, lo posible sobre lo imposible, lo visible frente a los fantasmas. Se cometió el clásico error de confundir la delgada línea que separa bajar a la tierra y acostarse a dormir indefinidamente sobre ella. Y así se durmió buena parte del año, se durmió en las colas, se durmió en los besos, se durmió en la quincena que se pagó con puntualidad. Eventualmente nos atrevimos a dar el paso a despertar, y a asumir el punzante dolor de un cuerpo que se queja de haber pasado demasiado tiempo en reposo. Se retoman los sueños, nos consideramos nuevamente merecedores de los que quizás otros consideran demasiado ambicioso. Poco a poco nos vamos elevando sin miedo. Pero la vida es irónica, y como experto laberinto sabe cómo darle la vuelta a las circunstancias y volvernos a marear entre sus muros. Paradójicamente nos sentimos nuevamente de alguna manera en el mismo punto de partida y es aquí cuando debemos enfrentarnos a la difícil decisión que se repite nuevamente un año después.

No hay comentarios:

.