6 ene 2009

Y es que ahora el cine es así.


Voy al cine a ver Twilight después de hacer 45 minutos de una extraña cola en espiral en la entrada de la Sala y tengo que lidiar con hormonas pre-adolescentes que no me dejan escuchar la mitad de la película. Eso sin contar que antes de entrar veo en la pantalla que quedan 23 entradas para la Sala V.I.P después de que la mujer de la taquilla me diga que hace rato se acabaron. Sí, quería V.I.P para no hacer la cola en espiral y poder escuchar la película sin niñitas emocionadas que aparentemente no han visto un hombre en su vida.


Días después voy a ver Four Christmass y cuando llego a la taquilla a comprar mi entrada me encuentro con una cola de gente sumamente paciente sin ningún indicio de curiosidad por lo que sucedía y la taquilla vacía. Espero más de 20 minutos y me informan que la ausencia del ¨taquillero¨ se debe a que no había cambio. Claro, perdamos 20 minutos de nuestra película para que el amable señor resuelva el problema financiero.


Por último hoy voy a ver Australia (creo que pueden deducir a qué me he dedicado estas vacaciones). Quiero comprar mi usual combo de cotufas y refresco y me encuentro con una cola al estilo Mercal y decido por supuesto no hacerla. Al entrar a la Sala me alegro de no ver menores de 16 años. Sin embargo me percato de que mi asiento se encuentra en la segunda fila. Ya no tenemos que chocar o sufrir de estrés para experimentar tortículis aguda, el cine nos brinda esta nueva experiencia. Salgo dos veces a chequear la cola y me parece ver a la misma gente que vi hacía media hora charlando tranquilamente mientras esperan. (Quién sabe, quizás para otros ver la película no es su prioridad en el cine..) A la tercera vez que salgo un gordo me grita desaforadamente que cierre la puerta del cine. Como si la vida se le fuera a ir por haber dejado dos segundos la puerta abierta y esperar a alguien que me iba a acompañar. Al salir de la Sala veo que la cola por fin ha bajado (nuestros amigos de la cola con suerte podrán decir que vieron un tercio de su película al final de la noche). Es ahí cuando el señor detrás del mostrador pega un grito diciendo que no atienden a más nadie. Las personas que estaban detrás de mí asienten calmadamente y retornan hambrientos y cabizbajos a sus salas.


Luego de mi experiencia en no uno, sino varios cines de Caracas es donde me pregunto, ¿acaso si no somos capaces de reclamar nuestros derechos en un cine, lo podremos hacer en algún otro lugar?

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