21 mar 2012

Cuentos de ascensor

Carlos y Alba son empleados del Banco Mercantil con algunos años de servicio. Trabajan en la torre central y jamás se han conocido. Comen a diario a distintas horas y su interacción con el resto de su familia corporativa no los ha llevado si quiera a cruzarse en el camino.

El día de hoy sábado, ambos, por distintas razones habían tomado la decisión de venir a terminar trabajo pendiente. Era casi de noche y casi todo el personal que laboraba ese día ya se había retirado. Se encuentran en la entrada y abordan juntos el ascensor. Alba distraída con su libro no sube la mirada para saludar, Carlos observa el reloj impaciente y no hace el menor caso a su alrededor. Ambos se limitan a cumplir con el mínimo de cordialidad exigida.

-Piso 7 por favor, buenas tardes.

-Con gusto.

Con estas palabras intercambiadas, esas que se dicen sin cuidado un martes en la mañana y se olvidan a los segundos por falta de trascendencia, se cierra la puerta y comienza un trayecto que hará que sus vidas cambien para siempre.A los pocos segundos una vibración fuerte los sacude, se va la luz en el ascensor y se detiene por completo.

Alba sufre de claustrofobia desde que tiene memoria. Su problema no consiste en la incapacidad de permanecer unos segundos en espacios cerrados sino en la imposibilidad física de permanecer en un lugar sin salida, que limite su capacidad de movimiento y desafíe su voluntad de escape. Pocos segundos bastaron para que perdiera el control, gritos, rezos y movimientos desesperados se apoderaron de toda capacidad de raciocinio y autocontrol. Sacó su bombona para el asma y comenzó a pedir ayuda.

- Por favor cálmese, no pasa nada. ¿No puede respirar?

Continúa la agitación

-Le prometo que la voy a sacar pero necesito que se calme. Yo he logrado abrir ascensores. Necesito luz pero mi celular no tiene pila, ¿me permite el suyo?.

Desesperada y sin ver absolutamente nada, Alba comienza a registrar su cartera. La oscuridad es tal que no sabe si quiera si tiene los ojos abiertos o cerrados pues no ve diferencia entre ambas opciones. Comienza a llorar diciendo que no lo encuentra.

Carlos, a quien nunca le ha encantado la debilidad de una mujer y suele desesperarse con sus característicos ataques de malcriadez, sintió el sufrimiento de Alba llegarle al alma acompañado de una profunda necesidad de protegerla.

-¿Me permite ayudarla?

-Sí sí por favor ven y ayúdame, sin pena, aquí está la cartera

Carlos no podía explicar lo que sintió en el momento en que le hablaron sin esa formalidad de desconocido, de tú a tú. Tímidamente intentó acercarse sin tropezarse con ella, sabía lo comprometedor que resultaba la situación: una mujer atrapada a oscuras en un ascensor con un desconocido. Ese voto de confianza que le habían otorgado no podía ser aniquilado con un mal movimiento. Decidió hablarle mientras se acercaba.

-La verdad es que no se ve nada, ¿no debería haber alguna luz de emergencia?

-Eso pensé yo también, ¡pero es que es lógico! ¡no hacen mantenimiento nunca!. El presupuesto se va en lo menos urgente y ahora seguro estamos montados en un aparato que está a punto de caerse y yo no consigo el maldito celular.

-Ustedes las mujeres sí que llevan cosas en la cartera.

Este comentario pareció ser una dosis de calmante. A partir de este momento Alba comenzó a respirar con mayor facilidad y a querer seguir hablando con el desconocido del ascensor que parecía darle el aire que antes le faltaba. El celular nunca apareció, lo había dejado en el carro antes de bajarse. Ante la imposibilidad de Carlos de maniobrar sin luz, decidieron tocar la alarma y esperar tener la suerte que quedara alguien en el edificio que pudiera sacarlos. Mientras esperaban cada uno se sentó recostado de la pared y comenzó una conversación que recordaría cada uno años después.

No se hicieron preguntas sobre su trabajo en el Banco, nunca fue necesario. La conversación comenzó con un intento de Carlos por distraer a Alba y de ahí sin mayores complicaciones pasaron a una amplia gama de temas, desde novelistas favoritos pasando por historia, cine y arte. Gustos culinarios, temores y sueños. Así transcurrió la noche, no durmieron, Alba recostó su cabeza en el hombro de quien había logrado que su mayor miedo se convirtiera en una historia maravillosa. No recordaba la última vez que había reído tanto.

A primera hora de la mañana los trabajadores tempraneros se percataron del encierro y acudieron en su ayuda. Tras un fuerte forcejeo comenzaban a dar con la solución y pronto serían rescatados. La expectativa de verse les agitó el corazón. Al abrir la puerta entró una primera rendija de luz que les incomodó a los ojos. Al lograr abrirlos se contemplaron perplejos por unos segundos, bajaron la mirada a sus respectivas identificaciones “Mantenimiento piso 4”, “Vicepresidencia Ejecutiva”. Cada uno salió del ascensor en silencio a su puesto de trabajo. Nunca coincidieron en el almuerzo.

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